lunes, 7 de mayo de 2012

La leyenda de la mujer barbuda

El cuento de mi abuelo

*Cuando mi abuelo era solo un niño de diez años, iba por el monte con las cabras cuando encontró una pistola que antiguamente había sido utilizada en la guerra, como él no sabía que era una pistola ingenió meterle dentro del lugar donde se colocaban las balas excrementos de cabra los cuales eran muy duros y como eran cuatro niños se disparaban unos a los otros y así se divirtieron pasando el rato.

La leyenda de la mujer barbuda

*Contaba la leyenda que existía una mujer que era medio hombre medio mujer porque tenía barba y la llamaban Teresa “La barbuda” que iba por los pueblos comprando manteca de vaca y un día al anochecer fue con las mulas y la manteca a pedir una posada en la que le diesen un lugar para que ella durmiese y para que las mulas descansasen también en una cuadra y justamente pidió la posada en la casa de mi abuela; primero le dio un poco de hierba a las dos mulas, después subió a cenar a casa de mi abuela y cuando hubo acabado se fue a acostar, y entonces la madre de mi abuela le mandó que le fuese a alumbrar con un candil a Teresa la barbuda la cual empezó a desvestirse y cuando hubo acabado saco de debajo de la falda una especie de bolsa que le llamaban “faltriqueira” la cual estaba llena de el que ahora se denomina dinero antiguo: pesetas, perrones… y a continuación sacó otra bolsa en la que llevaba una pistola y entonces mi abuela que solo tenía ocho años y no había visto nunca una pistola y no sabía lo que era le preguntó: ¿Qué es eso Teresa? Y ella contestó que era un artefacto que le servía para defenderse si alguna vez la atracaban.

Y entonces mi abuela volvió a la cocina muy asustada y le contó todo a su madre, la cual le dijo que se tranquilizará que no iba a pasar nada y entonces al día siguiente se marcho y no se volvió a saber nada de ella.

Los mayores hablan

Hace algún tiempo, una cuadrilla de bandoleros se instaló en una cabaña escondida entre unos matorrales a la vera del camino. Día y noche asaltaban a los viajeros, y penetrando violentamente en las granjas, robaban a los labradores.

Una tarde, en que un molinero establecido en aquellos contornos había ido a la ciudad, se deslizaron los bandidos en sus habitaciones y, después de apoderarse de todas sus economías, prendieron fuego al molino.

Cuando, al venir la noche, estuvo de vuelta el molinero, vio con amarga sorpresa que se hallaba arruinado, pero lo que más le apesadumbró fue que los ladrones habían llevado todas sus provisiones.

No le importaba a él gran cosa alejarse de allí sin tomar alimento, pero, ¿qué iban a comer su asno, su perro, el gato y los dos gansos? Como nuestro hombre vivía solo, se había encariñado con aquellos animales, y así, antes que verlos morir de hambre, prefirió darles libertad, aun perdiéndolos para siempre. Dijoles, pues, con mucho dolor:

-Animalitos míos, ya veis que los ladrones me han dejado sin nada. Tú, borriquito mío, te has quedado sin paja; y tú, mi buen amigo -dijo volviéndose al perro-, ya no tienes carne que comer; esos malos hombres os han dejado, a ti, sin carne, gatito mío, y a vosotros sin maíz, mis buenos gansos. Idos, pues, por esos campos y ved si podéis encontrar algo que os sirva para comer.

Entristeciéronse los animales al tener que abandonar a su amo; mas ¿qué hacer? Se alejaron pesarosos y diéronse a buscar comida y albergue por aquellos matorrales.

Andando, andando, llegaron a la cabaña en que los bandoleros estaban sentados a la mesa, cenando y alumbrados por la vacilante luz de una vela de sebo.

Husmeó el perro y dijo a sus compañeros por lo bajo:

-¡Magnífica ocasión se nos presenta para pasar la noche bien abrigados! Escondeos entre los matorrales y haced todo el ruido que podáis. Veremos si así logramos asustar y hacer huir a los ladrones.

Ocultáronse los animales entre las matas alrededor de la cabaña y a una rompieron en el más desafinado de los conciertos.

Los profundos rebuznos del asno, los maullidos del gato, el agudo ladrar del perro, y el escandaloso graznar de los gansos formaban tan estrepitosa y desconcertada algarabía, que los bandoleros se miraron llenos de espanto. Entonces uno de los gansos voló sobre la mesa y derribando el candelero de un aletazo, apagó la luz. Presa de terror en aquella oscuridad y en medio de tan alarmantes ruidos, abalanzáronse los ladrones a la entrada de la choza, y huyeron corriendo a más no poder por aquellos campos y sin dirección.

Gozosos de su victoria, entraron los animales en la cabaña; comiéronse los restos de la cena, y satisfechos de su aventura, se entregaron al sueño reparador. Acostóse el asno junto a la entrada de la choza; el perro se echó debajo de la mesa, sobre la que se enroscó el gato; y los gansos saltaron al montante de la puerta para pasar allí la noche.

Luego que los ladrones se recobraron de su espanto, el capitán resolvió ir a ver qué era lo sucedido. Encaminóse, pues, a la choza, y hallándola a oscuras y en silencio, se aventuró por la puerta, despertando los animales a su paso. Saltó sobre él el perro, y le dio terrible dentellada en una pierna. Al acercarse a la mesa, se le echó encima el gato, que le arañó el rostro, y los gansos, revoloteando alrededor de su cabeza, le daban fuertes aletazos. Aterrado el capitán, quiso huir; mas, al trasponer el umbral de la puerta, le propinó el asno tan solemne coz, que dio con su cuerpo en un matorral de zarzales y ortigas.

Maltrecho, alejóse el bandolero, y refirió luego a sus hombres que se había apoderado de la cabaña una pandilla de criminales, y que, al volver allí, morirían todos a sus manos.

-Son tan feroces -les decía-, que uno me ha clavado un puñal en una pierna, otro me ha rajado la cara a navajazos, tres me han querido envolver la cabeza en una sábana para ahogarme, y cuando yo huía y ya. Me creía en salvo, me ha asestado uno en la espalda un golpe tan terrible con una maza, que he quedado vivo de milagro. Así que lo mejor que podemos hacer es alejarnos para siempre de estas cercanías.

Aterrorizados los bandoleros con tal relato, huyeron para más no volver.

Cuando a la mañana siguiente se levantaron los animales, advirtió el perro que alguien había removido el suelo en un rincón de la cabaña. Escarbando la tierra descubrió un saco lleno de onzas de oro. Pudo a duras penas cargar con él el asno, y en extraña comitiva partieron asno, perro, gansos y gatos con dirección al incendiado molino.

Con el dinero que sus nobles amigos le trajeron, pudo el molinero restaurar y poner en marcha su molino, en el que vivió feliz y tranquilo con sus animales recordando con delectación la maravillosa historia de su original aventura.

Cuento:

Un día estaban hablando el sol y el viento de los poderes que cada un tenia.
El sol decía:
- Yo tengo mucho poder, porque yo caliento la tierra, al hombre, conmigo las flores crecen, los animales pueden vivir. Yo soy muy importante.
El viento le contesto:
- Si, pero yo soy más fuerte que tú y tengo más poder, a mi el hombre me tiene miedo, asolo sus casas, arraso sus cosechas y pueblos. En definitiva soy más importante que tú.
Así estuvieron un rato, discutiendo cual de los dos era más fuerte hasta que al sol se le ocurrió una idea.
- Una apuesta a ver cuál de los dos es capaz de quitarle la capa a un caminante, el que lo consiga será el más fuerte, poderoso e importante.
- Encantado-dijo el viento- pero seguro que gano yo la apuesta.
Estuvieron un tiempo esperando y al cabo de un rato vieron a un hombre que iba caminando por la vereda camino a su huerta como cada día con su mulo gominola.
-Mira- dijo el viento- con ese caminante vamos a realizar la apuesta.
-De acuerdo-dijo el sol-.
El viento empezó a soplar y a soplar cada vez más fuerte, intentando quitarle la capa al campesino, cada vez que el viento soplaba, el hombre más se envolvía en su capa. El viento soplaba y soplaba pero el hombre más se protegía con su capa.
El viento ya cansado de tanto soplar se dio por vencido y le cedió el turno al sol, aunque seguía pensando que si él no había podido nadie podría.
Entonces el sol salió, y empezó a calentar y a calentar, y a calentar, y el hombre que iba caminado por la vereda le dio mucho calor, mucho calor y se quitó la capa.

Entrevista a Enrique Álvarez

Dentro del tema “Un puzzle de culturas” hemos hecho un trabajo especial que consiste en hacer una entrevista a algún familiar que sea o fuera emigrante. Aquí va mi entrevista:

¿Fuiste emigrante alguna vez?

Si. Emigré a Francia en el año 1971 y permanecí allí dos años.

¿Cuál fue el motivo de tu emigración?

Porque en aquellos años el trabajo en España escaseaba y el valor de la moneda al cambio era superior a la de España. Así era un trabajo decente.

¿Qué requisitos te pusieron para poder trabajar en Francia?

En primer lugar, contactar con una persona que tuviera una empresa y me diera trabajo. Y en segundo lugar una vez que tenía trabajo asegurado, entre la empresa y el consulado español te tramitaban una carta de trabajo por cierto tiempo. En mi caso solo me la hicieron por dos años porque estaba pendiente de hacer el servicio militar y justo así pasó.

¿Y a qué te dedicaste en ese país?

A trabajos forestales que fue a lo que me dediqué toda la vida.

¿Y te compensó ir a Francia?

Yo pienso que si

¿Te encontraste con alguien conocido allí?

Sí, tenía algunos vecinos y entre ellos un hermano, ellos fueron los que me propusieron emigrar a ese país.

¿Estuviste contento en ese periodo de tiempo?

Si.

¿Tenías mucha dificultad con el idioma?

Bueno lo comprendía bastante bien pero lo hablaba muy mal. De hecho, saqué permiso de conducir y lo estudié en francés.

¿Cómo trataban a los emigrantes?

Nos trataban bastante bien. Aunque no daban las facilidades que reciben los inmigrantes que vienen ahora a España.

Bueno Enrique, sólo me queda agradecer tu información

COVA (6º de Educación primaria)